martes, 23 de octubre de 2012

TRADICIÓN EN LA PERSPECTIVA TRINITARIA Y TEÁNDRICA (FRAGMENTO)

Las nociones de Tradición que se han exhibido desde San Agustín, siglo V, hasta hoy en el campo de la teología romana, y en general en el área de la Iglesia Romana se han ido empobreciendo por múltiples causas internas y externas, que no es mi propósito deslindar ahora en estas breves reflexiones. Ese deterioro ha culminado con el espíritu y los textos del Vaticano II y en la afirmación contundente de Juan Pablo II contra el arzobispo Marcel Lefebvre, tal como la exhiben las citas pertinentes en la publicidad, adocenada y manipulada.
Por ejemplo este párrafo, citado como contexto literal, de una declaración o documento del usurpador y ocupante de la cátedra romana. “Las raíces de este acto cismático –dice una carta de J.P.II- están en una noción incompleta y contradictoria de la tradición…” pues Lefebvre y sus seguidores “no toman en cuenta suficiente el carácter vivo de la Tradición, que toma sus orígenes de los apóstoles, y progresa en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo” (cf. Diario La Prensa, domingo 3 de Julio de 1989, pág. 1. Me atengo a este texto, sin perjuicio de retocarlo o completarlo, si llega  a mis manos el original de este “Motu Proprio” de J.PII).
Por lo demás, no es necesario controlar ningún texto para comprender la formulación precedente. Basta mirar la obra de este “pontificado” revolucionario y leer la infinita lo que la de su rector y promotor romano, para definir así la nota esencial de la “tradición” wojtiliana, es decir progreso, cambio, mutación y ruina de la Fe.
Por su parte Mons. Lefebvre reclama constantemente el recurso a una tradición que no termina de perfilar, en la misma medida en que todo se reduce a una proyección del Concilio de Trento. Y así a formulación recapitulatoria de J.P.II es una reiteración de las tesis luteranas, en particular de aquellas que coinciden con una teología de a historia de los textos del heresiarca germano y su congruente concepción del Espíritu (sobre este punto, cf. Mi trabajo Lutero y su conyuntura semántica publicado en la revista ACADEMIA, Universidad Metropolitana. Santiago de Chile, nº15, 1987, pág. 143-163)
Pero ni la noción de Lutero ni la de J.P.II coinciden en realidad con la noción católica de Tradición, que excluye absolutamente la perspectiva de “cambio contrastante” y a Fortiori, la noción mutacionista, derivada de las ciencias naturales del siglo XIX, sin atingencia con ninguna de las fuentes canónicas de la Iglesia. El “espíritu” que invoca Martín Lutero I (siglo XVI), y que reasume Martín Lutero II (siglo XX) no recepta en ninguna forma la vigencia del Paráclito, por cuanto es un “espíritu” revolucionario, padre de la revolución mundial, y por ende energía del Anticristo, cuyos profetas son Lutero y J.P.II.
Así pues la supuesta “tradición que progresa” del actual heresiarca romano es simplemente “la revolución mundial del thós tou aionos toutou” (el dios de este mundo), que progresa por cierto. No necesito demostrarlo. La Ecclesia nadatiene que ver con esta mentira y mistificación semántica de un heresiarca poderoso.
Pero a su vez, en cuanto a la “tradición” y a su concepción nunca profundizada y clarificada en la serie de textos de Mons. Lefebvre, desde el fin del concilio, su resonancia en el arzobispo francés repite el reduccionismo escolástico postmedieval, causa precisamente de esta ruina de la Iglesia. De todas maneras un axioma fundamental nos guía en estas reflexiones: nadie salva a la Iglesia, pues la Iglesia es la que salva. La contrariedad o negación de este axioma exhibe su fuerza satánica en Lutero, J.P.II y Vaticano II, sus fautores y sus “padres”, que son “hijos” de ese padre que describe el cap. 8 del Evangelio de San Juan, 39-47. Nada se puede agregar a este texto; basta meditarlo en las condiciones presentes. Pero también el axioma transcrito, resulta, si no negado, sí replegado y silenciado por Mons. Lefebvre, lo que disminuye, por lo menos, la visión diáfana de Tradición y por ende su defensa e ilustración frente a la apostasía.
En realidad el tema “tradición apostólica” es un capítulo de la eclesiología, lamentablemente restringida, por no decir obsoleta y torcida en la hodierna Ecclesia Romana. De todas maneras, en el mismo sentido totalizador, las reflexiones presentes sobre la Tradición preparan los requerimientos para un empeño más completo acerca de la Ecclesia  (sin epítetos históricos-linguísticos y sin otra determinación que no sean las cuatro notas del Credo de Nicea). Quiero significar sin embargo que la crisis, ostensible en la disputa entre “papa” y arzobispo, es un eco de la hueca eclesiología postmedieval postridentina, en general afectada por la ratio jesuítica, sin entrar ahora a discriminar el valor tan desemejante de los doctores -generalmente nefastos- de la Compañía de Jesús. Pero ésta es otra historia –la historia del judeo-cristianismo- propugnado, enseñado y consolidado por obra de la teología jesuita. No cuadran tales trasfondos para los cimientos inviolables de la Tradición, como aquí la perfilamos. Pues me propongo apartar la maraña de contradicciones la sobre carga de confusas requisitorias rabínicas, para alcanzar el corazón del ente vivo que llamamos tradición –en griego Parádosis- y por ende, en otro capítulo ulterior, que dejo por ahora informulado, del ente vivo que se llama Ecclesia.
Por lo mismo, antes de progresar en el tema, según los límites conceptuales del título, creo necesario despejar el campo analítico, repugnando el modernismo progresista, vigente en la Iglesia desde la crisis luterana (siglo XVI) y el “tradicionalismo” sedicente romano, vigente o como respuesta teológico-bíblica en esa crisis, o como modulación mitigada de corriente características del siglo XX (caso Lefebvre, entre otros). Esa confrontación se ha energizado, con posterioridad a la muerte de Pío XII, y ha cundido con consecuencias desvastadoras para la Fe y para los fieles en la teología, en la mística, la piedad, el culto, el concilio, el pontificado. Según mi vocabulario, es energía satánica ha distorsionado la semántica de la Fe, ha instaurado un fraude semántico de incalculables proyecciones para la marcha de la “revolución mundial”. La “iglesia romana” es hoy una potencia espiritual y mundana modernista , en el más crudo sentido de la expresión, con su supuesto “papa”, sus “obispos”, sus organizaciones, sus tendencias catequísticas y apostólicas, su mística sexualista y pornoreligiosa, su larvada o explícita suciedad judaica, en fin su voluntad satánica de coerción y tiniebla, en un mundo que se adentra en la tiniebla del Malo, como si la petición del Pater Noster exhibiera un límite contrario a las promesas luminosas del Redentor. Dentro de esa misma iglesia, expresiones de un “tradicionalismo”, estricto o mitigado no faltan, por cierto. Nuestro problema no es ahora reconocer o negar la pertinencia, claridad o justificación de tales corrientes, sino dirimir, de modo global, modernismo progresista y tradicionalismo postridentino, para entrar en el corazón del problema. Veamos en primer lugar el modernismo, con cuyos trasfondos aniquilamos simplemente la Ecclesia.
Todas las corrientes manejan una noción biológica de crecimiento y renovación de la Iglesia y de la Fe. Es además ahora una noción biológica sociomórfica, psicologista, marxista. Esa noción deriva en última instancia de la transformación operada en las ciencias de la naturaleza, a partir de siglo XVII, y quizá más atrás aún a partir del impacto del texto de Lucrecio, en la Europa de los siglos XV-XVI. Pero he aquí que ni la fe ni la Iglesia son categorías mundanas que puedan pensarse con tales parámetros, pues no pertenecen al orden de la creatura, y mucho menos al plano cósmico de la vida sublunar o telúrica.
En otras palabras, todo modernismo es una cosmificación biológica, ilícita de la Fe y de la Iglesia, y por ende una judaización desvastadora, que subordina la Iglesia al Génesis bíblicos. El crecimiento de la Iglesia, así formulado, es un crecimiento de homogenización, una regencia absoluta de a célula viva sublunar, como si ella fuera el ente spinozista. Pero tal dialéctica no cuadran a la categoría religiosa del Evangelio, a su lumbre mystica. Ese modernismo resulta pues un verdadero fraude que conduce al ecumenismo sociomórfico de Juan XXIII, Kung, Rahner, Paulo VI, Wojtyla, etc.-
Es curioso señalar que este aspecto revolucionario del modernismo ecuménico hodierno fue previsto por un pensador tan alejado de la Iglesia, como el Conde H. Keyserling en su libro “Renacimiento”, que conviene releer como resumen anticipado de los perfiles actuales en el cristianismo romano, antroposófico, de K. Wojtyla (cf. H. de Keyserling, La Filosofía del Sentido. Renacimiento. Ed, Espasa-Calpe, Madrid 1930, en particular pág. 68-97, bajo el título “La unidad espiritual de la humanidad”. Sobre K. Wojtyla, cf. Mi trabajo La antroposofía de K.W. Córdoba 1980).-
En sustancia pues modernismo es evolucionismo en función de un ecumenismo universal, biológico-histórico. Este a su vez exhibe tres etapas: 1º) aggiornamento de la Iglesia Romana; 2º) unión entre todas las confesiones cristianas, o “iglesias de los hermanos separados”; 3º) unión con judaísmo rabínico-talmúdico, según un aggiornamento de éste en cuanto al Pentateuco, ley suprema de todo el ecumenismo en su conjunto. Luego se diseña lo que Keyserling denomina “unidad espiritual de la humanidad”, regida por el principio judaico, tal como aconteció en un primer signo anticipatorio en la reunión de Asís (1986).
Ese eje conductor y referencial es el poder absoluto de Yaweh, su ley, su presencia en la “raza” elegida; en otra palabras, modernismo es ecumenismo total, es decir aglutación physica, política, religiosa, económica de la humanitas mutacionista de este tercer milenio; y este ecumenismo es a su vez judaísmo profético, poder mundano absolutos sobre la Iglesia, sobre todas las iglesias, sobre otras religiones para construir la humanitas mutacionista de ese tercer milenio. Es en consecuencia abolición de la Fe, del Mysterio Trinitario y Teándrico, y por ende de la Iglesia Verdadera.
Enfréntase el llamado “tradicionalismo”, que exhibe laderas contradictorias, vívida hoy en la confrontación de Lefebvre con la Roma de Wojtyla y de Ratzinger. Pero ya he anticipado el origen de esta confusión, dañina también para la Fe.
En primer lugar, conviene recordar el tradicionalismo tal como se planteó en Francia en la primera mitad del siglo XIX, y cuyo mejor ejemplo podría perfilarse en José de Maistre. “Tradición”, es aquí un concepto histórico-mundano, opuesto a “revolución” y en particular a “revolución francesa”, y luego en los herederos de tal tradicionalismo, opuesta a marxismo, comunismo, revolución rusa, etc.-
En segundo lugar, tradición entendida como reduccionismo de la teología y filosofía escolásticas en sus corrientes tomistas, suarezianas y fundamentalmente ligada a la controversia con las corrientes de la “reforma” protestante, uno de cuyos colectores es precisamente la “reforma” wojtyliana. En este aspecto, tanto frente a Martín Lutero, cuanto a K. Wojtyla, tradición es investir en su pureza el concilio de Trento (siglo XVI) y reaplicarlo en la crisis hodierna de la Iglesia Romana, de la historia social y política, de las tendencias doctrinales, etc. Tradición es pues contra-reforma, contra-mundo, cuyo mejor exponente se exhibiría en la Compañía de Jesús, la “Santa Compañía” de los orígenes, para distinguirla con sus adeptos y propugnadores fieles de la “corrupta Compañía”, revolucionaria de hoy, la de la guerrilla, el poder de las masas revolucionarias, en fin de la regencia cristiano-marxista para el mundo convulsionado.
No cuento otro matices de “tradición”, vigente en tendencias marginales o extrínsecas a la Iglesia, como pueden ser los complicados tejidos de la “tradición” esoterista, que aquí no consideramos (en ninguna de sus fuentes, tendencias, especies o promociones, aunque conozco el problema) Sólo la menciono en cuanto puede afectar a veces algunos pormenores de la raíz de una supuesta tradición que en definitiva es herramienta del ecumenismo, Es eso lo que puedo señalar, por ejemplo, en la obra de Rudolf Steiner y su influencia indudable en la antroposofía de Wojtyla, cuya lo que al parecer no tiene nada de esotérico.
En el vasto campo que he descripto someramente no interesa en absoluto la raíz misma De la Fe Teándrica, como raíz viviente de la Tradición viviente en el viviente que se llama “Iglesia”. La Triadología atanasiana brilla por su ausencia, sustituida por una recurrencia a la ley, que San Juan como sabemos, distingue enfáticamente, de la Kharis de Cristo. Y esto es lo importante: toda “tradición” o tenida por tal, que no afirme nítidamente esta distinción real, no es la Tradición Teándrica y nada tiene que ver con la Iglesia. Las afirmaciones o negaciones pueden ser más o menos subrepticias o larvadas, más o menos mitigadas y obsoletas. Sin embargo, siempre habrá un detalle que permita dirimir la cuestión según el espíritu de San Juan.

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