miércoles, 24 de octubre de 2012

LA MERETRIZ MAGNA (Las Mismas Tentaciones de Cristo en la Historia de la Iglesia)

Las tres tentaciones que sufrió Cristo no son quizá sino esta tentación misma desenvolviéndose en tres grados. "Si eres Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan", es decir, emplea tus poderes religiosos, el poder de hacer milagros, en proveer a tus necesidades y adquirir bienes terrenos. ¿No es necesario el pan? ¿No es hecho por Dios? ¿No eres capaz de usar rectamente del pan, sin glotonería?¿No tienes hambre?
El historiador Belloc calcula que, al estallar el Protestantismo en Europa, la Iglesia era dueña en Inglaterra de un quinto de la tierra y un tercio de la renta del país. No eran en general bienes mal ganados, no eran bienes mal administrados en general; pero eran bienes terrenos en demasía y poseídos con demasiado apego. El peso de los bienes hundió a la Iglesia inglesa, fue el instrumento o la ocasión de su ruina. Los bienes de la Iglesia no son el Bien de la Iglesia. A veces, por desgracia, son la cola que arrastra por la tie­rra, la cola de la cual decía con gracia el santo varón Don Orione: "Algunos eclesiásticos son perros mudos: para soltarles la lengua habría que cortarles la cola." Así ocurrió, por desdicha, con tantos prelados herejes del tiempo de la Reforma, con Crammer y Mortimer; con tantos apóstatas de la Revolu­ción Francesa, Sieyés y Talleyrand. No tememos reconocerlo. Si no lo reco­nociéramos, ¿dejaría de ser real por callado o negado?
La segunda tentación es: "Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo, pa­ra que viéndote volar los hombres, te adoren." Es decir: "Emplea tus faculta­des religiosas para conseguir prestigio y poder; para ser conocido, aclamado, obedecido, venerado; para brillar entre los hombres y los pueblos. Si la reli­gión no es reverenciada, si no es obedecida, de poco sirve. ¿Acaso buscas tu propia gloria en eso? Buscas la gloria de Dios, la gloria de la Iglesia, el buen nombre de tu Orden, de tu convento; buscas la honra del Clero, de la Curia, del Pontificado. «¡Muéstrate al mundo!», como dirán después a Cristo sus parientes y amigos. ¡Asombra a las masas! ¡Haz bajar fuego del cielo! ¡Haz un signo en las nubes! ¡Ven, que queremos coronarte como nuestro Rey!"


El exceso de pompas, aunque sean religiosas; de ceremonias, de exteriori­dades, de propaganda, como dirían hoy; la excesiva obsecuencia a la ciencia y sus artilugios, el apego a los instrumentos temporales pesados, el aseglaramiento y amundanamiento de la actividad religiosa, la burocracia eclesiástica excesiva o inerte, los sacerdotes funcionales y no carismáticos, la agitación y el sacramentalismo, en lugar de la contemplación; en suma, lo que llamaba Péguy "el descenso de la mística a la política", constituye en la Iglesia el fermentum pkariseorum que hincha y desvanece la masa, y constituye la se­gunda tentación.
La primera tentación fue humana; la segunda, farisaica; la tercera es sa­tánica.
"Todo esto es mío y te lo daré si hincándote me adoras." Es decir: busca para la religión un reino en este mundo; y búscalo con los medios más efica­ces, que son los satánicos. Ahora bien, la Iglesia viadora no es el Reino de Cristo en este mundo, según nuestra opinión, sino el instrumento de congre­gación de la Esposa de Cristo, para que sea arrebatada con Cristo a Su Veni­da. Pero como los judíos cayeron en desear un Rey temporal, así la Iglesia es tentada con el deseo de reinar aquí, como reinan los otros reinos, "¡Oh Iglesia, aplasta a los albigenses, quema a los herejes, extirpa a los hugonotes, expulsa a los judíos! ¡Mate un judío!".
Había un exceso de presión material, de coacción gubernativa, de violencia religiosa en suma, lo mismo que un exceso de bienes y de pompas, cuando estalló la Reforma en Europa, según opina Belloc. Esta sería la verdad que el Protestantismo se llevó cautiva, y que nosotros debemos liberar como a Lucía Miranda.
El Cisma Griego ha imputado siempre a la Iglesia Romana haber ya su­cumbido a esta tentación suprema de conseguir el reino de Cristo en este mundo por medios terrenales, bastardos y aun perversos. Dostoiewski formuló en el terrible apólogo del Gran Inquisidor, en Los Hermanos Karamazof (Libro I, v. 5), no en forma categórica, sino dubitativa, esta querella del Oriente al Occidente. Pero sólo al fin de esta edad nuestra, la terrible acusación dará de lleno en el blanco.
Si sabemos que hasta el fin de este aión la cizaña estará mezclada inevitablemente al trigo, entonces las fimbrias del vestido de la Princesa Prometida serán siempre enlodadas; y su talón mordido por la serpiente. El error de Lutero consistió en ignorarlo, en querer purificar la Iglesia arrancando ahora mismo la cizaña, la cual, según Jesucristo, está reservada al tiempo de la Siega. Y a los Segadores, que no son los hombres.
Al querer arrancar a destiempo la cizaña, Lutero la desparramó.

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