miércoles, 31 de octubre de 2012

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
Celebramos a las personas que han llegado al cielo, conocidas y desconocidas. Lo celebramos el día 1 de noviembre
Este día se celebran a todos los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros. Santo es aquel que ha llegado al cielo, algunos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristia...
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LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS

La comunión de los santos, significa que ellos participan activamente en la vida de la Iglesia, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. La intercesión de los santos significa que ellos, al estar íntimamente unidos con Cristo, pueden interceder por nosotros ante el Padre. Esto ayuda mucho a nuestra debilidad humana.

Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.

Aunque todos los días deberíamos pedir la ayuda de los santos, es muy fácil que el ajetreo de la vida nos haga olvidarlos y perdamos la oportunidad de recibir todas las gracias que ellos pueden alcanzarnos. Por esto, la Iglesia ha querido que un día del año lo dediquemos especialmente a rezar a los santos para pedir su intercesión. Este día es el 1º de noviembre.

Este día es una oportunidad que la Iglesia nos da para recordar que Dios nos ha llamado a todos a la santidad. Que ser santo no es tener una aureola en la cabeza y hacer milagros, sino simplemente hacer las cosas ordinarias extraordinariamente bien, con amor y por amor a Dios. Que debemos luchar todos para conseguirla, estando conscientes de que se nos van a presentar algunos obstáculos como nuestra pasión dominante; el desánimo; el agobio del trabajo; el pesimismo; la rutina y las omisiones.
Se puede aprovechar esta celebración para hacer un plan para alcanzar la santidad y poner los medios para lograrlo:

¿CÓMO ALCANZAR LA SANTIDAD?
Ser santo significa estar arraigado en dos mundos. Y lo más decisivo es esa pertenencia al otro mundo, ese ser hombre del más allá.
Para ver nuestro proceso de crecimiento interior, tenemos que mirar nuestra vida desde su meta: la santidad.
Tener el valor de empezar cada día de nuevo. No es fácil levantarse, con ánimo renovado, después de cada caída. Y tampoco es fácil pasar por alto las derrotas y decepciones personales.
Exige dejar por atrás todo lo pasado y mirar hacia el futuro. Exige orientarse de nuevo en los grandes ideales que marcan mi camino hacia la perfección.
EL ESTADO DE TIBIEZA
En concreto se trata del descuido, menosprecio o incumplimiento de nuestra vida sacramental, vida de oración, vida de Consagración a la Virgen María. Y eso se manifiesta en que por razones insignificantes dejamos de cumplirla o la cumplimos a medias. Y después buscamos autojustificarnos.
- Orando humildemente, reconociendo que sin Dios no podemos hacer nada.
- Acercándonos a los sacramentos.

sábado, 27 de octubre de 2012

Carta Encíclica Quas Primas del Sumo Pontífice Pio XI sobre la Fiesta de Cristo Rey

En la primera encíclica, que al comenzar nuestro Pontificado enviamos a todos los obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano.
Y en ella proclamamos Nos claramente no sólo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.
La «paz de Cristo en el reino de Cristo»
1. Por lo cual, no sólo exhortamos entonces a buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo, sino que, además, prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto posible nos fuese. En el reino de Cristo, dijimos: pues estábamos persuadidos de que no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo.
2. Entre tanto, no dejó de infundirnos sólida, esperanza de tiempos mejores la favorable actitud de los pueblos hacia Cristo y su Iglesia, única que puede salvarlos; actitud nueva en unos, reavivada en otros, de donde podía colegirse que muchos que hasta entonces habían estado como desterrados del reino del Redentor, por haber despreciado su soberanía, se preparaban felizmente y hasta se daban prisa en volver a sus deberes de obediencia.
Y todo cuanto ha acontecido en el transcurso del Año Santo, digno todo de perpetua memoria y recordación, ¿acaso no ha redundado en indecible honra y gloria del Fundador de la Iglesia, Señor y Rey Supremo?
«Año Santo»
3. Porque maravilla es cuánto ha conmovido a las almas la Exposición Misional, que ofreció a todos el conocer bien ora el infatigable esfuerzo de la Iglesia en dilatar cada vez más el reino de su Esposo por todos los continentes e islas —aun, de éstas, las de mares los más remotos—, ora el crecido número de regiones conquistadas para la fe católica por la sangre y los sudores de esforzadísimos e invictos misioneros, ora también las vastas regiones que todavía quedan por someter a la suave y salvadora soberanía de nuestro Rey.
Además, cuantos —en tan grandes multitudes— durante el Año Santo han venido de todas partes a Roma guiados por sus obispos y sacerdotes, ¿qué otro propósito han traído sino postrarse, con sus almas purificadas, ante el sepulcro de los apóstoles y visitarnos a Nos para proclamar que viven y vivirán sujetos a la soberanía de Jesucristo?
4. Como una nueva luz ha parecido también resplandecer este reinado de nuestro Salvador cuando Nos mismo, después de comprobar los extraordinarios méritos y virtudes de seis vírgenes y confesores, los hemos elevado al honor de los altares, ¡Oh, cuánto gozo y cuánto consuelo embargó nuestra alma cuando, después de promulgados por Nos los decretos de canonización, una inmensa muchedumbre de fieles, henchida de gratitud, cantó el Tu, Rex gloriae Christe en el majestuoso templo de San Pedro!
Y así, mientras los hombres y las naciones, alejados de Dios, corren a la ruina y a la muerte por entre incendios de odios y luchas fratricidas, la Iglesia de Dios, sin dejar nunca de ofrecer a los hombres el sustento espiritual, engendra y forma nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo, el cual no cesa de levantar hasta la eterna bienaventuranza del reino celestial a cuantos le obedecieron y sirvieron fidelísimamente en el reino de la tierra.
5. Asimismo, al cumplirse en el Año Jubilar el XVI Centenario del concilio de Nicea, con tanto mayor gusto mandamos celebrar esta fiesta, y la celebramos Nos mismo en la Basílica Vaticana, cuanto que aquel sagrado concilio definió y proclamó como dogma de fe católica la consustancialidad del Hijo Unigénito con el Padre, además de que, al incluir las palabras cuyo reino no tendrá fin en su Símbolo o fórmula de fe, promulgaba la real dignidad de Jesucristo.
Habiendo, pues, concurrido en este Año Santo tan oportunas circunstancias para realzar el reinado de Jesucristo, nos parece que cumpliremos un acto muy conforme a nuestro deber apostólico si, atendiendo a las súplicas elevadas a Nos, individualmente y en común, por muchos cardenales, obispos y fieles católicos, ponemos digno fin a este Año Jubilar introduciendo en la sagrada liturgia una festividad especialmente dedicada a Nuestro Señor Jesucristo Rey. Y ello de tal modo nos complace, que deseamos, venerables hermanos, deciros algo acerca del asunto. A vosotros toca acomodar después a la inteligencia del pueblo cuanto os vamos a decir sobre el culto de Cristo Rey; de esta suerte, la solemnidad nuevamente instituida producirá en adelante, y ya desde el primer momento, los más variados frutos.
I. LA REALEZA DE CRISTO
6. Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad(1) y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino(2); porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.
a) En el Antiguo Testamento
7. Que Cristo es Rey, lo dicen a cada paso las Sagradas Escrituras.
Así, le llaman el dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob(3); el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra(4). El salmo nupcial, donde bajo la imagen y representación de un Rey muy opulento y muy poderoso se celebraba al que había de ser verdadero Rey de Israel, contiene estas frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!, permanece por los siglos de los siglos; el cetro de su reino es cetro de rectitud(5). Y omitiendo otros muchos textos semejantes, en otro lugar, como para dibujar mejor los caracteres de Cristo, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz… y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra(6).
8. A este testimonio se añaden otros, aún más copiosos, de los profetas, y principalmente el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo y consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre(7). Lo mismo que Isaías vaticinan los demás profetas. Así Jeremías, cuando predice que de la estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey y será sabio y juzgará en la tierra(8). Así Daniel, al anunciar que el Dios del cielo fundará un reino, el cual no será jamás destruido…, permanecerá eternamente(9); y poco después añade: Yo estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el Anciano de muchos días y le presentaron ante El. Y diole éste la potestad, el honor y el reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: la potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible(10). Aquellas palabras de Zacarías donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas(11), ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?
b) En el Nuevo Testamento
9. Por otra parte, esta misma doctrina sobre Cristo Rey que hemos entresacado de los libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo contrario, se halla magnífica y luminosamente confirmada.
En este punto, y pasando por alto el mensaje del arcángel, por el cual fue advertida la Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin(12), es el mismo Cristo el que da testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey(13) y públicamente confirmó que es Rey(14), y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra(15). Con las cuales palabras, ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su poder y la extensión infinita de su reino? Por lo tanto, no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de los reyes de la tierra(16), y que El mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan(17). Puesto que el Padre constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas(18), menester es que reine Cristo hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus enemigos(19).
c) En la Liturgia
10. De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas las naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración, durante el ciclo anual de la liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los reyes.
Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabra expresan el mismo concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa. En esta perpetua alabanza a Cristo Rey descúbrese fácilmente la armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se ha manifestado también en este caso que la ley de la oración constituye la ley de la creencia.
d) Fundada en la unión hipostática
11. Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: Posee Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza(20). Es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.
e) Y en la redención
12. Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin tacha(21). No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande(22); hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo(23).
II. CARÁCTER DE LA REALEZA DE CRISTO
a) Triple potestad
13. Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y soberanía de Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple potestad, sin la cual apenas se concibe un verdadero y propio principado. Los testimonios, aducidos de las Sagradas Escrituras, acerca del imperio universal de nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos dicho; y es dogma, además, de fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecer(24). Los santos Evangelios no sólo narran que Cristo legisló, sino que nos lo presentan legislando. En diferentes circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad(25). El mismo Jesús, al responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el sábado con la maravillosa curación del paralítico, afirma que el Padre le había dado la potestad judicial, porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo(26). En lo cual se comprende también su derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida mortal, porque esto no puede separarse de una forma de juicio. Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.
b) Campo de la realeza de Cristo
a) En Lo espiritual
14. Sin embargo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran evidentísimamente, y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar, que este reino es principalrnente espiritual y se refiere a las cosas espirituales. En efeeto, en varias ocasiones, cuando los judíos, y aun los mismos apóstoles, imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó y arrancó esta vana imaginación y esperanza. Asimisrno, cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre, que, llena de admiración, le rodeaba, El rehusó tal títuto de honor huyendo y escondiéndose en la soledad. Finalmente, en presencia del gobernador romano manifestó que su reino no era de este mundo. Este reino se nos muestra en los evangelios con tales caracteres, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo penitencia y no pueden entrar sino por la fe y el bautismo, el cual, aunque sea un rito externo, significa y produce la regeneración interior. Este reino únicamente se opone al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas; y exige de sus súbditos no sólo que, despegadas sus almas de las cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan hambre y sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz. Habiendo Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y ofreciéndose a sí mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados del mundo, ofrecimiento que se renueva cada día perpetuamente, ¿quién no ve que la dignidad real del Salvador se reviste y participa de la naturaleza espiritual de ambos oficios?
b) En lo temporal
15. Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confiríó un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen.
Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los celestiales(27). Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, las cuales hacemos con gusto nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano(28).
c) En los individuos y en la sociedad
16. El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos(29).
El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos(30). No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Lo que al comenzar nuestro pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber: «Desterrados Dios y Jesucristo —lamentábamos— de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que… hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido»(31).
17. En cambio, si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos. Por eso el apóstol San Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos que reverenciasen a Cristo en la persona de sus maridos y señores, mas también les advirtió que no obedeciesen a éstos como a simples hombres, sino sólo como a representantes de Cristo, porque es indigno de hombres redimidos por Cristo servir a otros hombres: Rescatados habéis sido a gran costa; no queráis haceros siervos de los hombres(32).
18. Y si los príncípes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos mandan, más que por derecho propio por mandato y en representación del Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la dignidad humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de sedición; pues aunque el ciudadano vea en el gobernante o en las demás autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aun indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.
19. En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto es el reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así como aleja y disipa los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que vino para reconciliar todas las cosas; que no vino a que le sirviesen, sino a servir; que siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad y estableció como ley principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad; que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera.
¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejaran gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente —diremos con las mismas palabras de nuestro predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los obispos del orbe católico—, entonces se podrán curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre(33).
III. LA FIESTA DE JESUCRISTO REY
20. Ahora bien: para que estos inapreciables provechos se recojan más abundantes y vivan estables en la sociedad cristiana, necesario es que se propague lo más posible el conocimiento de la regia dignidad de nuestro Salvador, para lo cual nada será más dtcaz que instituir la festividad propia y peculiar de Cristo Rey.
Las fiestas de la Iglesia
Porque para instruir al pueblo en las cosas de la fe y atraerle por medio de ellas a los íntimos goces del espíritu, mucho más eficacia tienen las fiestas anuales de los sagrados misterios que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del eclesiástico magisterio.
Estas sólo son conocidas, las más veces, por unos pocos fieles, más instruidos que los demás; aquéllas impresionan e instruyen a todos los fieles; éstas —digámoslo así— hablan una sola vez, aquéllas cada año y perpetuamente; éstas penetran en las inteligencias, a los corazones, al hombre entero. Además, como el hombre consta de alma y cuerpo, de tal manera le habrán de conmover necesariamente las solemnidades externas de los días festivos, que por la variedad y hermosura de los actos litúrgicos aprenderá mejor las divinas doctrinas, y convirtiéndolas en su propio jugo y sangre, aprovechará mucho más en la vida espiritual.
En el momento oportuno
21. Por otra parte, los documentos históricos demuestran que estas festividades fueron instituidas una tras otra en el transcurso de los siglos, conforme lo iban pidiendo la necesidad y utilidad del pueblo cristiano, esto es, cuando hacía falta robustecerlo contra un peligro común, o defenderlo contra los insidiosos errores de la herejía, o animarlo y encenderlo con mayor frecuencia para que conociese y venerase con mayor devoción algún misterio de la fe, o algún beneficio de la divina bondad. Así, desde los primeros siglos del cristianismo, cuando los fieles eran acerbísimamente perseguidos, empezó la liturgia a conmemorar a los mártires para que, como dice San Agustín, las festividades de los mártires fuesen otras tantas exhortaciones al martirio(34). Más tarde, los honores litúrgicos concedidos a los santos confesores, vírgenes y viudas sirvieron maravillosamente para reavivar en los fieles el amor a las virtudes, tan necesario aun en tiempos pacíficos. Sobre todo, las festividades instituidas en honor a la Santísima Virgen contribuyeron, sin duda, a que el pueblco cristiano no sólo enfervorizase su culto a la Madre de Dios, su poderosísima protectora, sino también a que se encendiese en más fuerte amor hacia la Madre celestial que el Redentor le había legado como herencia. Además, entre los beneficios que produce el público y legítimo culto de la Virgen y de los Santos, no debe ser pasado en silencio el que la Iglesia haya podido en todo tiempo rechazar victoriosamente la peste de los errores y herejías.
22. En este punto debemos admirar los designios de la divina Providencia, la cual, así como suele sacar bien del mal, así también permitió que se enfriase a veces la fe y piedad de los fieles, o que amenazasen a la verdad católica falsas doctrinas, aunque al cabo volvió ella a resplandecer con nuevo fulgor, y volvieron los fieles, despertados de su letargo, a enfervorizarse en la virtud y en la santidad. Asimismo, las festividades incluidas en el año litúrgico durante los tiempos modernos han tenido también el mismo origen y han producido idénticos frutos. Así, cuando se entibió la reverencia y culto al Santísimo Sacramento, entonces se instituyó la fiesta del Corpus Christi, y se mandó celebrarla de tal modo que la solemnidad y magnificencia litúrgicas durasen por toda la octava, para atraer a los fieles a que veneraran públicamente al Señor. Así también, la festividad del Sacratísimo Corazón de Jesús fue instituida cuando las almas, debilitadas y abatidas por la triste y helada severidad de los jansenistas, habíanse enfriado y alejado del amor de Dios y de la confianza de su eterna salvación.
Contra el moderno laicismo
23. Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperío de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.
24. Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos lamentado ya en nuestra encíclica Ubi arcano, y los volvemos hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio; y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.
La fiesta de Cristo Rey
25. Nos anima, sin embargo, la dulce esperanza de que la fiesta anual de Cristo Rey, que se celebrará en seguida, impulse felizmente a la sociedad a volverse a nuestro amadísimo Salvador. Preparar y acelerar esta vuelta con la acción y con la obra sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen en la llamada convivencia social ni el puesto ni la autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de sí la antorcha de la verdad. Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor.
Además, para condenar y reparar de alguna manera esta pública apostasía, producida, con tanto daño de la sociedad, por el laicismo, ¿no parece que debe ayudar grandemente la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey entre todas las gentes? En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad.
Continúa una tradición
26. ¿Y quién no echa de ver que ya desde fines del siglo pasado se preparaba maravillosamente el camino a la institución de esta festividad? Nadie ignora cuán sabia y elocuentemente fue defendido este culto en numerosos libros publicados en gran variedad de lenguas y por todas partes del mundo; y asimismo que el imperio y soberanía de Cristo fue reconocido con la piadosa práctica de dedicar y consagrar casi innumerables familias al Sacratísimo Corazón de Jesús. Y no solamente se consagraron las familias, sino también ciudades y naciones. Más aún: por iniciativa y deseo de León XIII fue consagrado al Divino Corazón todo el género humano durante el Año Santo de 1900.
27. No se debe pasar en silencio que, para confirmar solemnemente esta soberanía de Cristo sobre la sociedad humana, sirvieron de maravillosa manera los frecuentísimos Congresos eucarísticos que suelen celebrarse en nuestros tiempos, y cuyo fin es convocar a los fieles de cada una de las diócesis, regiones, naciones y aun del mundo todo, para venerar y adorar a Cristo Rey, escondido bajo los velos eucarísticos; y por medio de discursos en las asambleas y en los templos, de la adoración, en común, del augusto Sacramento públicamente expuesto y de solemnísimas procesiones, proclamar a Cristo como Rey que nos ha sido dado por el cielo. Bien y con razón podría decirse que el pueblo cristiano, movido como por una inspiración divina, sacando del silencio y como escondrijo de los templos a aquel mismo Jesús a quien los impíos, cuando vino al mundo, no quisieron recibir, y llevándole como a un triunfador por las vías públicas, quiere restablecerlo en todos sus reales derechos.
Coronada en el Año Santo
28. Ahora bien: para realizar nuestra idea que acabamos de exponer, el Año Santo, que toca a su fin, nos ofrece tal oportunidad que no habrá otra mejor; puesto que Dios, habiendo benignísimamente levantado la mente y el corazón de los fieles a la consideración de los bienes celestiales que sobrepasan el sentido, les ha devuelto el don de su gracia, o los ha confirmado en el camino recto, dándoles nuevos estímulos para emular mejores carismas. Ora, pues, atendamos a tantas súplicas como los han sido hechas, ora consideremos los acontecimientos del Año Santo, en verdad que sobran motivos para convencernos de que por fin ha llegado el día, tan vehementemente deseado, en que anunciemos que se debe honrar con fiesta propia y especial a Cristo como Rey de todo el género humano.
29. Porque en este año, como dijimos al principio, el Rey divino, verdaderamente admirable en sus santos, ha sido gloriosamente magnificado con la elevación de un nuevo grupo de sus fieles soldados al honor de los altares. Asimismo, en este año, por medio de una inusitada Exposición Misional, han podido todos admirar los triunfos que han ganado para Cristo sus obreros evangélicos al extender su reino. Finalmente, en este año, con la celebración del centenario del concilio de Nicea, hemos conmemorado la vindicación del dogma de la consustancialidad del Verbo encarnado con el Padre, sobre la cual se apoya como en su propio fundamento la soberanía del mismo Cristo sobre todos los pueblos.
Condición litúrgica de la fiesta
30. Por tanto, con nuestra autoridad apostólica, instituimos la fiesta de nuestro Señor Jesucristo Rey, y decretamos que se celebre en todas las partes de la tierra el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos. Asimismo ordenamos que en ese día se renueve todos los años la consagración de todo el género humano al Sacratísimo Corazón de Jesús, con la misma fórmula que nuestro predecesor, de santa memoria, Pío X, mandó recitar anualmente.
Este año, sin embargo, queremos que se renueve el día 31 de diciembre, en el que Nos mismo oficiaremos un solemne pontifical en honor de Cristo Rey, u ordenaremos que dicha consagración se haga en nuestra presencia. Creemos que no podemos cerrar mejor ni más convenientemente el Año Santo, ni dar a Cristo, Rey inmortal de los siglos, más amplio testimonio de nuestra gratitud —con lo cual interpretamos la de todos los católicos— por los beneficios que durante este Año Santo hemos recibido Nos, la Iglesia y todo el orbe católico.
31. No es menester, venerables hermanos, que os expliquemos detenidamente los motivos por los cuales hemos decretado que la festividad de Cristo Rey se celebre separadamente de aquellas otras en las cuales parece ya indicada e implícitamente solemnizada esta misma dignidad real. Basta advertir que, aunque en todas las fiestas de nuestro Señor el objeto material de ellas es Cristo, pero su objeto formal es enteramente distinto del título y de la potestad real de Jesucristo. La razón por la cual hemos querido establecer esta festividad en día de domingo es para que no tan sólo el clero honre a Cristo Rey con la celebración de la misa y el rezo del oficio divino, sino para que también el pueblo, libre de las preocupaciones y con espíritu de santa alegría, rinda a Cristo preclaro testimonio de su obediencia y devoción. Nos pareció también el último domingo de octubre mucho más acomodado para esta festividad que todos los demás, porque en él casi finaliza el año litúrgico; pues así sucederá que los misterios de la vida de Cristo, conmemorados en el transcurso del año, terminen y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey, y antes de celebrar la gloria de Todos los Santos, se celebrará y se exaltará la gloria de aquel que triunfa en todos los santos y elegidos. Sea, pues, vuestro deber y vuestro oficio, venerables hermanos, hacer de modo que a la celebración de esta fiesta anual preceda, en días determinados, un curso de predicación al pueblo en todas las parroquias, de manera que, instruidos cuidadosamente los fieles sobre la naturaleza, la significación e importancia de esta festividad, emprendan y ordenen un género de vida que sea verdaderamente digno de los que anhelan servir amorosa y fielmente a su Rey, Jesucristo.
Con los mejores frutos
32. Antes de terminar esta carta, nos place, venerables hermanos, indicar brevemente las utilidades que en bien, ya de la Iglesia y de la sociedad civil, ya de cada uno de los fieles esperamos y Nos prometemos de este público homenaje de culto a Cristo Rey.
a) Para la Iglesia
En efecto: tríbutando estos honores a la soberanía real de Jesucristo, recordarán necesariamente los hombres que la Iglesia, como sociedad perfecta instituida por Cristo, exige —por derecho propio e imposible de renuncíar— plena libertad e independencia del poder civil; y que en el cumplimiento del oficio encomendado a ella por Dios, de enseñar, regir y conducir a la eterna felicidad a cuantos pertenecen al Reino de Cristo, no pueden depender del arbitrio de nadie.
Más aún: el Estado debe también conceder la misma libertad a las órdenes y congregaciones religiosas de ambos sexos, las cuales, siendo como son valiosísimos auxiliares de los pastores de la Iglesia, cooperan grandemente al establecimiento y propagación del reino de Cristo, ya combatiendo con la observación de los tres votos la triple concupiscencia del mundo, ya profesando una vida más perfecta, merced a la cual aquella santidad que el divino Fundador de la Iglesia quiso dar a ésta como nota característica de ella, resplandece y alumbra, cada día con perpetuo y más vivo esplendor, delante de los ojos de todos.
b) Para la sociedad civil
33. La celebración de esta fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes.
A éstos les traerá a la memoria el pensamiento del juicio final, cuando Cristo, no tanto por haber sido arrojado de la gobernación del Estado cuanto también aun por sólo haber sido ignorado o menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias; pues su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectítud de costumbres. Es, además, maravillosa la fuerza y la virtud que de la meditación de estas cosas podrán sacar los fieles para modelar su espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana.
c) Para los fieles
34. Porque si a Cristo nuestro Señor le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; si los hombres, por haber sido redimidos con su sangre, están sujetos por un nuevo título a su autoridad; si, en fin, esta potestad abraza a toda la naturaleza humana, claramente se ve que no hay en nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan alta soberanía. Es, pues, necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los efectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a El estar unido; es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como armas de justicia para Dios(35), deben servir para la interna santificación del alma. Todo lo cual, si se propone a la meditación y profunda consideración de los fieles, no hay duda que éstos se inclinarán más fácilmente a la perfección.
35. Haga el Señor, venerables hermanos, que todos cuantos se hallan fuera de su reino deseen y reciban el suave yugo de Cristo; que todos cuantos por su misericordia somos ya sus súbditos e hijos llevemos este yugo no de mala gana, sino con gusto, con amor y santidad, y que nuestra vida, conformada siempre a las leyes del reino divino, sea rica en hermosos y abundantes frutos; para que, siendo considerados por Cristo como siervos buenos y fieles, lleguemos a ser con El participantes del reino celestial, de su eterna felicidad y gloria.
Estos deseos que Nos formulamos para la fiesta de la Navidad de nuestro Señor Jesucristo, sean para vosotros, venerables hermanos, prueba de nuestro paternal afecto; y recibid la bendición apostólica, que en prenda de los divinos favores os damos de todo corazón, a vosotros, venerables hermanos, y a todo vuestro clero y pueblo.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de diciembre de 1925, año cuarto de nuestro pontificado.
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Notas
1. Ef 3,19.
2. Dan 7,13-14.
3. Núm 24,19.
4. Sal 2.
5. Sal 44.
6. Sal 71.
7. Is 9,6-7.
8. Jer 23,5.
9. Dan 2,44.
10. Dan 7 13-14.
11. Zac 9,9.
12. Lc 1,32-33.
13. Mt 25,31-40.
14. Jn 18,37.
15. Mt 28,18.
16. Ap 1,5.
17. Ibíd., 19,16.
18. Heb 1,1.
19. 1 Cor 15,25.
20. In Luc. 10.
21. 1 Pt 1,18-19.
22. 1 Cor 6,20.
23. Ibíd., 6,15.
24. Conc. Trid., ses.6 c.21.
25. Jn 14,15; 15,10.
26. Jn 5,22.
27. Himno Crudelis Herodes, en el of. de Epif.
28. Enc. Annum sacrum, 25 mayo 1899.
29. Hech 4,12.
30. S. Agustín, Ep. ad Macedonium c.3
31. Enc. Ubi arcano.
32. 1 Cor 7,23.
33. Enc. Annum sacrum, 25 mayo 1899.
34. Sermón 47: De sanctis.
35. Rom 6,13.

jueves, 25 de octubre de 2012

LA IGLESIA CATÓLICO-ROMANA EN LA DIASPORA

Prof. Dr 
Prof. Dr. Diether Wendland
traducción por Dr. Alberto Ciri

BREVE HISTORIA PRELIMINAR 1) (este artículo se escribió en 1973, y en 1990 se amplió sólo un poco. Esta nueva versión es de julio del 2000.)
Cuando, poco después de haber sido elegido Ángelo Roncalli como el “papa” Juan XXIII, anunció la convocatoria de un concilio ecuménico", para lo cual supuestamente le había inspirado" o iluminado" el Espíritu Santo de una manera especial, y cuando después comenzó también a celebrarlo, evidentemente ninguno de los padres conciliares" que se habían aprestado a acudir a Roma advirtió que este supuesto Papa" era en realidad un hereje manifiesto. [...] Pues en principio un concilio convocado por un Papa de la Ecclesia romana no prescinde de la “assitentia divina", es decir, de la ayuda o de la asistencia del Espíritu Santo en todas las discusiones y decisiones en cuestiones morales y de fe. [...] Todos los obispos siguieron voluntariamente, sin reticencias y con alegría la llamada de un hereje manifiesto a la celebración de un concilio universal, con lo que se sometieron a su autoridad". Este hecho era ya bastante patético", pues hasta entonces no había sucedido nada semejante en la Iglesia católica.
Para advertir hasta qué punto los obispos se equivocaron en su valoración de Roncalli, citamos un comentario del cardenal" Döpfner, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana: Yo y muchos otros esperamos confiadamente en que un día podremos venerar al Papa Juan como santo de la Iglesia."
Pues, como dijo Döpfner en un discurso radiofónico, Roncalli no pensaba en lo más mínimo en tocar los dogmas y ni siquiera los principios fundamentales de la Iglesia. De su ascendencia campesina, que tan a menudo le gustaba confesar, había recibido una sensibilidad extremada para el valor de lo transmitido, incluso para las pequeñas cosas."
Este discurso tranquilizó a los creyentes" conservadores que en unos sitios y otros estaban ya algo intranquilos. [...] Pero la mayoría de los católicos, tanto seglares como clérigos, lo creyeron, es decir, incluso llegaron a tomar tan burda falsedad como una verdad, pues en ninguna parte se oyó una protesta pública, por no decir ya un movimiento de protesta frente a semejante monstruosidad (al margen de una acción posterior en Munich con carteles a cargo de Una-Voce, Grappe Maria", en la que Döpfner fue denigrado junto con otros herejes precisamente a causa de ello). Pero un bombardeo de herejías promovido desde arriba" que duraba ya más de diez años no podía quedar sin efectos.
Pero las herejías son las puertas del infierno, porque traen como consecuencia la pérdida de la salvación. [...]

RONCALLI Y SU CONCILIO DE ILUMINACIÓN"
Fueron sólo unos pocos, mejor dicho, sorprendentemente pocos -y había muchos indicadores inequívocos de ello-, los que ya poco después del inicio de aquel llamado Concilio pastoral" que quería hacerse cargo del espíritu impuro del mundo" (en sentido bíblico) advirtieron el hecho de que Cristo, el SEÑOR de la Iglesia, había retirado de un concilio universal la “assitentia divina". ¿Pero por qué? Bueno, también para hacer ver en general, y en particular a los cristianos católicos, lo que hoy en día representa un “episcopado general católico" como tal. No obstante, en el ámbito del conocimiento por la fe esto era al mismo tiempo una gracia para muchos, y un don de gracia de Cristo que había de ayudar a muchos, en la medida en que fueran hombres “de buena voluntad", a depositar también su confianza de fe ciega (fiducialismo) en los obispos, lo cual sólo había sido inculcado. Pero a una confianza ciega, igual que a una fe religiosa ciega, le falta el conocimiento intelectual y el pensamiento crítico intelectivo-racional. Por este motivo, a propósito de esto ya antes se hablaba con razón de una “enfermedad católica" muy extendida, que se había propagado igual que una epidemia. Más tarde, este débil enfermamiento se convirtió en una enfermedad mortal en sentido religioso. Pero si se extingue la vida sobrenatural, que sólo es posible a partir de la gracia divina, entonces uno ya no lo advierte en ella misma, sino sólo en las consecuencias que tal cosa tiene sobre la naturaleza humana en su dimensión espiritual. Nadie, ni siquiera el más piadoso, tiene antes de morir el don de gracia de la vida sobrenatural en una posesión definitiva. Por eso enseñaba San Pablo que “hemos de trabajar por nuestra salvación con (no en") temor y temblor" (Fil. 2,12).
Cuando un concilio universal cae en la herejía o engendra herejías, de ahí no se sigue que sea un pseudo-concilio o que no haya sido un concilio, sino que de ahí se sigue que todos los obispos “católicos" y sus camarillas, como representantes de este concilio, ya eran herejes y habían apostatado de la Ecclesia romana apostólica. Pero esta apostasía engendró a su vez en sólo tres años la monstruosa criatura de la “Iglesia conciliar romana", que se manifestó y obró no sólo en Roma, sino en todas las diócesis. Su primer caudillo fue Roncalli, quien incluso se quitó la tiara para que los creyentes, también a nivel mundial, vieran para creer", es decir, no sólo los católicos de y en Roma.
La televisión y las revistas hicieron todo cuanto pudieron. [...]
Si uno quiere ver con claridad una catástrofe eclesiástica -y lo mismo sucede con una catástrofe política-, hay que tener a la vista su comienzo real y tratar de entrever su causa principal, pues de otro modo tampoco se entienden las consecuencias reales que algo así produce. Si no hubiera habido un Concilio Vaticano segundo", entonces sólo habría habido que ocuparse en primer lugar de un Roncalli y de su camarilla. Pero la propaganda diseminada por todas partes de un „concilio reformista" inminente despistó a muchos. Ningún hombre racional puede ser contrario a las reformas", decía el lema. Pero a los católicos creyentes no les gusta que sus hermanos de fe les tengan por tontos y reaccionarios porque se supone que “no se enteran de los signos de los tiempos" y que viven, todavía en otra época". [...]
En aquel momento, por ignorancia o por falta de conocimiento, muchos confundieron un cuerpo episcopal herético, que era “visible" a nivel mundial, con el “pequeño ejército" (en sentido bíblico) de Jesucristo, pese a que éste no era en absoluto “visible", ni en su totalidad ni en sus partes. 2º Se planteó ya no solamente la pregunta acerca de qué sucede en la Iglesia católica, sino la pregunta acerca de qué sucede con ella. Todo se removió y se mantuvo también en un cambio continuo. ¿Por quién? Sólo por el clero, pues los seglares no tomaban parte en ello, y la masa del pueblo de la Iglesia católica era demasiado desidiosa como para dejarse mover. Siguió aferrada a su estéril “catolicismo de medio" que le había sido transmitido y que sigue perdurando hasta hoy día. [...]

EL RECHAZO Y LA DESTRUCCIÓN DE LA APOSTOLICIDAD
Apenas murió y fue enterrado el Papa Pío XII, que fue odiado por muchos y que es hasta ahora el último Papa -más tarde Roncalli, habría de ser enterrado junto a él-, por todos los rincones de la Iglesia católica alzaron sus cabezas personas bastante extrañas, y sobre todo misticistas (casi exclusivamente de corte mariano ingenuo), los llamados “agraciados" con unas “iluminaciones" especiales, falsos profetas y carismáticos, pero también reformadores del culto y de la liturgia, e incluso teólogos “católicos" que cuestionaron abiertamente dogmas de la Iglesia o los declararon superados. Pero todas estas cosas malas que oscurecieron la imagen de la Iglesia católica aparecían por todas partes, no podían ser obviadas, y fueron advertidas incluso por no católicos -y no sólo siempre con una alegría por el daño ajeno, sino también con duelo-. ¿Pero cuál era la causa de semejante mal? Algunos opinaban que la causa era la vacancia de la silla apostólica que se había producido y que todavía perduraba. Pero eso no podía ser cierto. Pues tal vacancia no impide la actuación del Espíritu Santo en la Iglesia de Jesucristo, aparte de que el Espíritu Santo, que fue enviado hace ya tiempo, sopla donde él quiere", pero no donde cierta gente quiere.
Así pues, la verdadera causa estaba en otra parte, pero dentro de la Iglesia católica, y no fuera de ella. De hecho, la causa para semejante mal no era otra que las herejías que se habían propagado y que actuaban en el cuerpo social de la Iglesia católica. La vacancia de la silla apostólica que se había producido y que perduraba era sólo el detonante para su aparición a la luz pública. Por eso no hay que valorar esta vacancia siempre sólo de modo negativo, sino que hay que tratar de entender su sentido.
Porque nada sucede sin la voluntad de Dios, el único que sabe por qué y con qué fin permite el daño físico y también el moral (el mal). Sólo aquellos que ni advirtieron ni comprendieron el sentido de la permanente sedevacantes (desde Roncalli hasta hoy) se escindieron luego en dos aparentes posiciones dialécticas: los tradicionalistas y los progresistas, o bien los viejos conservadores y los neomodernistas, sin darse cuenta de que ya se encontraban en la “Iglesia conciliar romana" y que habían sido absorbidos por ella. [...]
Ya en vistas del concilio reformista" inminente, y que no podía ser un Vaticano segundo porque fue convocado por un hereje, todos aquellos que veían venir con gran preocupación este “acontecimiento mundial espiritual" se plantearon en su momento la atormentante pregunta: una vez terminado este concilio", ¿cuántos de los representantes de la Iglesia católica (clérigos y seglares) seguirán fieles y constantes en la Iglesia romana apostólica, para heredarla y transmitir su auténtico tesoro doctrinal?
[...] Pues todos los agitadores que desde hacía ya tiempo se habían estado reforzando para un concilio reformista universal (sus cabecillas podían verse incluso en programas de televisión que informaban sobre el “concilio") tenían como propósito provocar una ruptura radical con la apostolicidad de la Iglesia católico-romana. Este era el sentido de la proclama que decía que había que “volver a repensar todo de nuevo" y “atreverse a abrir nuevos caminos". Todos los “signos de los tiempos" apuntarían también en esta dirección. Y de modo consecuente se habría de decir más tarde que nadie debe retroceder hasta antes del Concilio", precisamente porque éste había establecido un comienzo absolutamente nuevo". El católico medio, tanto si era laico como clérigo, quedó impresionado por ello e incluso llegó a tomarlo como razonable. Aparte, estos reformadores" radicales eran muy conscientes del hecho innegable de que, acerca de la apostolicidad de la Iglesia, la mayoría de los católicos no tenía ya noción alguna, o bien sólo conceptos muy difusos, de modo que no podían advertir la herejía ni siquiera cuando en la misa dominical los reformadores, en una confesión que lo era sólo de palabra, farfullaban: “Credo [...] appostolicam Ecclesiam". Unos no sabían exactamente de qué estaban hablando, mientras que otros sabían con toda certeza que estaban pronunciando una mentira herética. Pero unos y otros estaban celebrando ya la Santa Misa “una cum Roncalli"...

DE CAMINO A LA DIASPORA
El intento de destruir la apostolicidad de la Iglesia católico-romana -¡la sangre de los apóstoles Pedro y Pablo derramada en martirio clamaba ya al cielo!- por la vía de un concilio universal (tampoco podía ser de otro modo, y concretamente a causa del Concilio Vaticano primero, pues éste excluye la posibilidad de un cisma sin herejía) tuvo que conducir forzosamente a que esta Iglesia fuera desplazada primero al límite de la sociedad, y luego ya al subsuelo, para pasar a ser finalmente una Iglesia en la diáspora". Se la puede designar también como una Iglesia católico-romana en la diáspora. Este estado doloroso de la situación de diáspora de la antigua Ecclesia romana se hizo ya más o menos visible tras la “solemne terminación" del Concilio" (primera pausa en octubre de 1965), cuando ya no había duda alguna de que todas las sillas episcopales estaban ocupadas por heresiarcas, que, en el “espíritu del Concilio", comenzaron a apacentar" al pueblo de la Iglesia católica en un nuevo espíritu" con ayuda de su clero, es decir, de los clérigos que les prestaban oídos, para poder incorporar el mayor número posible de cristianos católicos a la Iglesia conciliar romana". [...]
Sólo que los miembros vivos" (en oposición a los muertos") de la Iglesia católico-romana en la diáspora no perdieron su perspectiva cristocéntrica, y además advirtieron que una Iglesia en la diáspora no pierde en absoluto su apostolicidad (como algunos se temían), sino que a este respecto sólo puede ser vulnerada, bien que también muy gravemente. Por eso hay que plantearse también la pregunta no tan fácil de responder de hasta dónde puede alcanzar este daño. Pues la apostolicidad de la Iglesia de Jesucristo no es destructible, porque no fue uno cualquiera, sino Cristo quien fundó Su Iglesia y la “edificó sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas", tal como enseñó San Pablo (Efesios 2, 20). Esto lo saben todos los miembros vivos y los representantes de la Iglesia católicoromana en la diáspora, y por eso están en una oposición radical a la Iglesia conciliar romana" y sus representantes. El fin del año 1965 estaba ya bajo el signo de esta oposición, y marcó también el comienzo del camino de espinas a la diáspora. Pero en aquel momento se planteó también la pregunta acerca de cuántos seguirían este camino no sólo con valentía y entera conciencia, sino que además
harían lo necesario y lo correcto para sobrevivir ellos mismos y sobrevivir con otros. No es tan sencillo soportar y resistir una situación eclesiástica de diáspora, sobre todo si ésta ha de sobrellevarse a lo largo de varias generaciones. Quienes en 1965 eran viejos, hoy, en 1990, ya han muerto.

GRANDES DEBILIDADES DE LA RESISTENCIA
Tras la muerte de Pío XII en 1958, muerte que para muchos dejó un extraño vacío de modo incluso evidente, aunque el duelo por esta roca en el oleaje" era grande y general entre los católicos ortodoxos, la Ecclesia romana apostólica, de modo inadvertido para la gran mayoría de los creyentes (lo que era comprensible), fue adoptando cada vez más el carácter de una Iglesia en la diáspora, que ya se hizo visible" siete años más tarde (1965). Pero con ello no se modificó su naturaleza, sino sólo su estado y su situación en su recorrido a través del tiempo. Por otra parte, tras haber advertido esto, se planteó la pregunta de cómo sería su estado al final de este recorrido si no se encontrara un remedio al mal de la situación de diáspora para acabar con ella. ¿Conducía todo aquello al estado y a la situación (y fundamento) vital que expresan las palabras de San Pablo: un [único] Señor, una fe [verdadera], un bautismo [sacramental]"? (Efesios 4,5) ¿O lo que había al final de este recorrido era un estado eclesiástico tal como describe San Juan en el capítulo 12, 13-18 del Apocalipsis? La mujer" de la que ahí se habla no es María, sino la Iglesia de Jesucristo perseguida, que (todavía) pudo huir o escaparse a un desierto", donde se alimente [...] lejos de la serpiente", de modo que el dragón se enfureció y se marchó a guerrear contra el resto de su descendencia, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen la fe en Jesús".
Pero todavía no se ha llegado al extremo de que la situación de diáspora signifique un desierto" en el que los fugitivos y los perseguidos se vean condenados a vivir ya sólo de los dones del desierto.
Todavía existe la posibilidad de forjar armas, de llamar a orden de combate [...] y de alzarse con espadas afiladas frente al enemigo inmediato, que se ha congregado en la, Iglesia conciliar romana".
Este enemigo, si se lo quiere describir con imágenes simbólicas del Apocalipsis, no es un dragón" ni una bestia al servicio del dragón", y ni siquiera un escorpión gigante cuyo aguijón hubiera que temer, sino sólo una enorme rana de color mutante, hinchada y de colores brillantes, que se alimenta de moscas y gusanos y que tiene una enorme boca que sólo escupe pseudoprofecías y promesas absurdas. Así suena sin interrupción ya desde Roma y a partir de 1965 el “urbi et orbe"... También una Iglesia católico-romana en la diáspora tiene que tener una clara imagen de su enemigo, pues de otro modo lucha sólo contra molinos de viento y deja de ser una „Ecclesia militans (et viva)".
[...] Pero también llegará el día en que los luchadores de la resistencia se cansarán y perderán sus fuerzas porque ya han consumido sus energías. Serán clavados en cruces invisibles. [...]
La debilidad de la Iglesia católico-romana en la diáspora, que casi semeja ya un desvanecimiento y que ya se evidenció en el proceso de su surgimiento entre los años 1962 y 1969, no era debida a la permanente vacancia de la silla apostólica [...], sino sobre todo a tres factores negativos que aparecieron clamando remedio sobre todo en el ámbito de las diócesis, o sea, por así decirlo “directamente en el lugar del suceso":
1. La falta de una forma especial de organización (pues la Iglesia es también una formación social de índole religiosa) que fuera adecuada a una situación generalizada de diáspora y que pudiera ser realmente de utilidad para, en interés de muchos, evitar, más aún, oponerse a un sectarismo de grupos y grupúsculos que ya antes se había dado de modo latente.
2. La falta de una junta central (no nacional, sino) regional (por ejemplo para el ámbito de habla alemana) de católicos con formación teológica, que estuviera provista de determinadas facultades para poder ordenar la vida de una Iglesia en la diáspora mediante líneas directrices e indicaciones de propósitos, y a la que también los creyentes pudieran acudir inmediatamente tanto con preguntas religiosas como referentes al derecho eclesiástico, para fortalecer su situación y no sentirse tan abandonados.
3. La falta de catequistas apropiados para adolescentes y jóvenes adultos que estuvieran ya en situación profesional y laboral, totalmente al margen de la problemática que en una situación de diáspora surge forzosamente en un matrimonio y una familia católica. Pero para una auténtica catequesis de adultos, los sacerdotes resultaban por lo general totalmente inapropiados, porque no estaban formados para ello, tal como ya antes era conocido entre los entendidos. Sólo algunos laicos con formación teológica que también trabajaban en la formación de adultos y conocían sus problemas era apropiados para ello. Pero por desgracia eran sólo unos pocos los que hubieran podido desempeñar estas tareas. Pero no obstante había estos pocos, para por lo menos dar un paso común en la dirección correcta. La llamada catequesis infantil podría haberse encomendado con toda tranquilidad a los padres, puesto que los católicos ortodoxos en situación de diáspora saben cuáles son sus obligaciones.
“ESPERAR CONTRA TODA ESPERANZA"
No es sólo desde hoy que en el ámbito general de la Iglesia católico-romana en la diáspora se plantea la atormentante cuestión de si las tres causas principales de su debilidad que se han señalado antes pueden subsanarse todavía. Yo, al igual que otros, pienso que después de veinticinco años de propósitos fallidos y de experimentos desatinados ya no es posible, a no ser que ocurriera un milagro especial, y en concreto a través del mismo SEÑOR y CABEZA de la Iglesia, en tanto que el subsanara de alguna manera esta debilidad, puesto que en último término es una flaqueza general y que en su mayor parte se basa sólo en el temor del hombre, para que muchos pudieran advertir con claridad que El jamás abandona a los suyos, y mucho menos en esta situación de dispersión de cuya causa muchos no son culpables, ya que gran parte de la culpa es externa.
Las fuerzas de algunas personas concretas que ven las cosas, cómo son y cómo han llegado a ser, no bastan para subsanar esta flaqueza. Por lo demás, Cristo no ama a los cobardes ni a los débiles, sino sólo a los de espíritu fuerte que también reúnen las fuerzas para “esperar contra toda esperanza" y esperarlo todo sólo de El, pero no de cualquier hombre que se haga pasar por irradiador de esperanza.
Una Iglesia en la diáspora es siempre débil, pero no tiene por qué ser siempre culpable de su propia debilidad. De lo contrario Cristo no hace ningún milagro, porque esto sería entonces absurdo.
Tales milagros aparentes los hace sólo el anticristo y sus predecesores, los falsos mesías" y los “falsos profetas". Ya Cristo previno frente a estas gentes que vienen siempre con piel de oveja bajo la que se esconden lobos devoradores. [...]
No son pocos los católicos (aún) ortodoxos que -supuestamente porque no han visto con claridad ni con realismo suficiente la situación de diáspora de la Ecclesia romana- han creído que la situación eclesiástica se modificaría si, tal como decían, volviéramos a “tener obispos verdaderamente católicos".
Pero el hecho es, sin embargo, que la situación no se ha modificado en absoluto, aunque algunos de estos obispos puedan ser considerados como tales. Entre tanto, el hecho de que aún existan verdaderos obispos no ayuda en lo más mínimo a controlar y soportar una situación de diáspora eclesiástica, tal como las experiencias que se han hecho han revelado a muchos. En concreto, más necesario para ello, y aquí en particular, es un apostolado misional de laicos con propósitos que forzosamente sean realizables, para poder intervenir de modo inmediato. Pero nada de esto puede funcionar en un arrogante y neoherético “movimiento por el Papa y la Iglesia", sino en un “movimiento por Cristo y Su Iglesia" en extremo modesto y humilde. (El concepto cristiano de humildad significa el valor permanente de servir en obediencia a Cristo. Los débiles y las personas cobardes son incapaces de este “valor para servir".)
En el espíritu de la fundación de Su Iglesia, el Hijo divino no sólo llamó, empleó y envió a apóstoles, sino también a discípulos. Es a la vez desazonante y penoso que los católicos no sepan nada de esto, o que si lo saben vayan no obstante por caminos equivocados. En el mejor de los casos muchos dan la impresión de ser los descendientes espirituales de los dos “discípulos de Emaús", pero de un modo incomprensible y llenos de temor a los hombres. ¿Es esto necesario? Seguro que no. ¿Pero por qué es así? ¿Acaso ya no sabemos que Jesucristo, el Señor, quiere que le recemos precisamente porque EL es el Verdadero Señor ? Nadie, ni clérigos ni seglares, conseguirán nada ni harán nada bueno sin EL. [...] Una situación de diáspora exige algo más que un temple piadoso y una oración privada por la salvación de la propia alma. “Quien quiera salvar su vida, la perderá", reveló Cristo.
Nadie puede saber cuánto tiempo durará todavía la situación a nivel mundial de diáspora de una Ecclesia romana que está tan gravemente vulnerada en su apostolicidad, y a la que, sin embargo, sólo Cristo puede poner fin cuando EL lo quiera. Nuestra voluntad y nuestros empeños no tienen aquí ninguna significancia. ¿Pues quién puede decir de sí mismo que no es también culpable de algún modo de este estado de miseria? Nosotros, los católicos, somos los responsables de ello, y en concreto primero los clérigos y luego los seglares (lo que no deberíamos olvidar). Desde luego que tenemos que hacer algo, e incluso mucho, para contribuir a una mejora de la situación. Pero quien “no cosecha con EL, desparrama" y empeora con ello mucho esta situación de diáspora. Pero no hay un cosechar con Cristo, nuestro Señor, sin un apostolado misional de laicos, lo que también tendrían primero que aprender a comprender ciertos “obispos de la diáspora". Hasta ahora sólo parece haberlo comprendido uno, si es que son ciertos los informes que me han llegado. Se vive vuelto de espaldas, en tradiciones eclesiásticas falsas que, encima, son del todo inapropiadas para controlar el presente con sus problemas específicos que no había antes.
Hace poco apareció en los Estados Unidos un libro titulado Will the Chatholic Church survive the twentieth Century? (¿Sobrevivirá la Iglesia católica al siglo veinte?). Ya este cuestionamiento desatinado de ciertos tradicionalistas nerviosos que creen poder salvar la Iglesia católica de un modo imposible demuestra que no se tienen ni los más mínimos conocimientos, por no decir ya los conocimientos necesarios, de la situación real y verdadera de la Ecclesia romana apostólica. También la reedificación (re-aedificatio) de una Ecclesia cuya estructura está arruinada desde arriba sólo puede realizarse desde abajo, recorriendo un camino necesario para ello -pero, evidentemente, con la ayuda de Cristo, pues de otro modo sólo se vuelve a construir sobre barro y arena-.

UN CASTIGO DE DIOS
La situación de diáspora de la Iglesia católico-romana, que dura ya desde hace veinticinco años y que por desgracia muchos todavía no han advertido, es un castigo de Dios (del trinitario), pero no un castigo de venganza, sino un castigo medicinal. ¿Pero por qué defenderse contra él? ¿No es infantil y necio rehusar un medicamento sanador y no beberlo, aun cuando sabe amargo? La vida de una Iglesia en la diáspora es amarga, y en modo alguno una golosina de miel. En algunas partes se encuentran católicos piadosos que rezan mucho y entre tanto se lamentan de continuo: „¡ Ay, no tenemos Papa, es más, ni siquiera un obispo!" Mas mi respuesta a este lamento es: ¿y? ¿tan terrible es eso?
¿O es que no os basta con Jesucristo, que no sólo muestra el camino, sino que él mismo ES el Camino? ¿Es que ya no se entienden ciertas palabras de Nuestro Señor?
Entre tanto, ni siquiera se siguen los caminos que se abren hacia EL, que precisamente se muestran en una situación de Diáspora y que ahora, a todo adulto de orientación religiosa, plantean exigencias enteramente distintas que al resto. En este sentido se debería pensar de un modo fundamentalmente distinto, y partir de las circunstancias dadas. ¿Por qué no apartarse de los “miembros muertos" de la Ecclesia romana apostólica e ir en busca de los miembros vivos? Los Papas y los obispos no son sin más “la luz del mundo", aun cuando sean sucesores de los apóstoles y sean Papas y obispos legítimos.
¿O es que se obra así por ignorancia, para eximirse de las obligaciones que se refieren al bien del prójimo en Cristo y al bien general de la Ecclesia Jesu Christi?
Tampoco hay que atenerse sólo a las doctrinas tradicionales (verdaderas) de la Ecclesia romana y fijarse a ellas, sino que hay que transmitirlas de modo racional y volverlas fructíferas de este modo.
Pues, como toda auténtica doctrina de la religión, a diferencia de las ideologías extendidas por todas partes o de las llamadas visiones del mundo religiosas, se refieren a la razón y al entendimiento del hombre. Incluso las doctrinas de fe específicamente cristianas son también doctrinas de diferenciación, y no una especie de caos irracional en materia de fe. ¿Por qué, por el amor de Dios, los cristianos católicos no escuchan a Aquel que no sólo tiene la Verdad, sino que ES la Verdad, mientras que en lugar de eso corren detrás de sus maestros equivocados y hasta los tienen por “teólogos"? ¿Acaso ya se ha olvidado lo que a propósito de esto Cristo y los apóstoles enseñaron, hicieron y mandaron hacer? ¿Por qué no se lee la historia de los apóstoles utilizando la razón, transmitiéndola también con sentido y del modo más realista posible a la actual situación eclesiástica? Quizá advertirán algunos que mucho de lo nuevo de hoy en realidad no es tan nuevo, sino que ya es muy antiguo. Precisamente algunas cosas se repiten en la historia de la salvación y de la condenación. Una Ecclesia militans verdaderamente cristiana jamás ha llegado ni llega al final, sino que siempre está sólo de camino en este mundo" y -lo que no debiera olvidarse- siempre sin lugar, de modo que tampoco en ella uno puede encontrarse jamás como en casa. La Iglesia católico-romana en la diáspora, pese a sus flaquezas, tampoco renuncia a la marca distintiva de la Ecclesia militans, a diferencia de la “Iglesia conciliar romana", que se ha plegado “al mundo" y al “espíritu de este mundo".
La „Iglesia conciliar romana", que por lo demás ha reunido en sí a todos los sectarios católicos en sus grupos y asociaciones, no ha logrado, ni con mucho, destruir a la Iglesia católico-romana en la diáspora -a pesar de su flaqueza general-, puesto que la „piedra angular" de ésta última, Jesucristo, es su único Señor. También en esto se distinguen los dispersos de la Ecclesia romana apostólica, de la vieja „mater et magistra", de aquellos creyentes equivocados que se denominan católicos sin ser en realidad católico-romanos. Esto puede experimentarse fácilmente y constatar de modo inequívoco, incluso por una vía indirecta. Pues los cristianos católicos que se han vuelto conscientes de su situación de diáspora son fundamentalistas cristocéntricos resueltos, y al mismo tiempo auténticos sedevacantistas.
Es ya la hora suprema de que la Iglesia católico-romana en la diáspora adquiera conciencia de sí misma, al menos de manera regional en muchos de sus miembros, y de que, pese a la flaqueza general, pueda superar sobre todo el temor a los hombres, que es una gran impedimento y que paraliza, de tal modo que no se sigue de modo consecuente a Cristo, el único “Buen Pastor", y no se hace precisamente lo que El ha ordenado hacer: “Levantaos y no tengáis miedo." (Mateo 17, 7) “No tengas miedo, habla y no calles." (Ap. 18,9) ¿Por qué rechazar dones que se dan precisamente a una Iglesia en la diáspora? Nadie conoce una situación eclesiástica, y en particular la nuestra, mejor que el propio Cristo. ¿Por qué entonces no dejarse adoctrinar por EL, el maestro verdadero y supremo, y apartarse de los falsos maestros (y maestras) que causan sus estragos en los ámbitos escolares?
Ningún católico ortodoxo manda a sus hijos a esta gente con fines doctrinales. [...]

CATÓLICOS A LA SOMBRA DE LA “IGLESIA CONCILIAR ROMANA"
La herética y apostática “Iglesia conciliar romana", con sus nuevos “maestros", su “nuevo culto", su nuevo rito" y su “nuevo CIC", después de veinticinco años y pese a algunas dificultades se ha convertido sin embargo en una realidad social, y esto hasta el punto de que sigue ocultando la existencia de la Iglesia católico-romana en la diáspora y escondiéndola de la mirada de la opinión pública. Por eso no es percibida en absoluto por el Estado democrático liberal no por la sociedad profana. Ni siquiera los siempre tan curiosos medios de masas (ni los partidos “C" alemanes) saben nada de ella, lo cual es comprensible... [...] Pero también una Iglesia en la diáspora es más o menos visible en sus rasgos esenciales eclesiásticos. Y por cuanto respecta a la marca de santidad, eso fue lo menos visible de todo, aunque ésta jamás faltó. Por contra, la “Iglesia conciliar romana" es percibida por todos, tanto por católicos como por no católicos. ¿Pero cuántos de ellos advierten de modo claro y evidente que este engendro monstruoso no tiene nada que ver con la Ecclesia romana apostólica primitiva? [...]
La Iglesia, que en este mundo es una forma social religiosa de un tipo especial, fue fundada por el Hijo divino del nombre y luego fue construida sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas.
Pero al mismo tiempo Cristo había instituido sacramentos (medios de gracia perceptibles por los sentidos), y concretamente en un orden determinado. Los miembros vivos de la Iglesia católico romana en la diáspora deberían recordar a toda costa este complejo proceso, que en la historia de la salvación se repite de modo peculiar de generación en generación, y volverse claramente conscientes de ello. Pues también esto sería una gran ayuda para superar su flaqueza con ayuda de la gracia de Cristo y no seguir caminos equivocados que sólo empeoran una situación de diáspora. Aparte de esto, precisamente los católicos en la diáspora deberían recordar que Cristo, el Señor, siempre estuvo con los débiles, y nunca con los fuertes. Sólo que no hay que confundir a estos débiles con aquellos pusilánimes cuyo rasgo moral más sobresaliente es la cobardía. La mayoría de los “pacíficos", vistos a la luz, son también sólo cobardes. Se limitan a mirar o se amedrentan cuando se calumnia a Cristo (con palabras e imágenes) a la vista de todos, cuando se le ultraja o se le denigra. Hoy éste es la situación por todas partes, e incluso está amparada “legalmente".
Pese a las muchas confusiones y maniobras para distraer, hay una cosa que a los católicos romanos en la diàspora se les ha hecho cada vez más clara: el hecho de que no hay ninguna Ecclesia cristiana sin el sacramento del bautismo y el sacramento del matrimonio. Para algunos, entre quienes se contaban incluso ciertos clérigos, este conocimiento era absolutamente nuevo, de modo que les obligó a pensar de otra manera. Puesto que para la administración ritual del bautismo sacramental ni siquiera se necesita forzosamente un sacerdote, al margen de que un estado eclesiástico de diáspora es ya ipso facto una situación de emergencia. Es un crimen grande e irreparable el no bautizar a los niños, y exponerlos de este modo al riesgo de morir pronto (por una enfermedad repentina o en el próximo accidente de tráfico en la calle) sin ser un miembro del cuerpo místico de Cristo (Corpus Christi mysticum). “Dejad que los niños se acerquen a mí", ordenó Cristo, “pues [también] de ellos es el Reino de los Cielos". Por el contrario, un sacerdote básicamente no está legitimado para la administración y la recepción del sacramento del matrimonio.
Ahora bien, la tarea y el deber de una Iglesia en la diáspora fue y sigue siendo ordenar de nuevo y regular normativamente estas dos cosas fundamentales, lo cual sólo puede hacer un consejo central regional, del cual ya hemos hablado antes. No hay que volver la mirada al pasado, sino captar con claridad los verdaderos problemas del presente y ver las realidades tal como éstas son, y no como a uno le gustaría que fuesen.
Nadie conoce el futuro, ni siquiera el de la propia vida, puesto que está oculto en el designio de Dios. Sólo que, en ocasiones, el Señor de la historia descorre un poco el velo, a veces de modo indirecto, por ejemplo haciendo reconocibles caminos religiosos equivocados. Pero por cuanto respecta a los famosos y difamados “signos de los tiempos", debería poder distinguirse si vienen de Dios o del demonio. ¿No es acaso lo bastante curioso que hoy día haya tantos que, bajo el signo de la “libertad", se perviertan moralmente y se corrompan religiosamente? Y entre tanto, ¿quién impide que la Iglesia católico-romana en la diáspora se muestre, y que se erija un “signo visible de la resistencia", al menos a nivel regional? Desde luego que esto exige valor y resolución, pero también perseverancia pese a todos los contragolpes, que ciertamente siempre hay que aguardar. A los desalentados que no desean desalentarse, ¿quién les ayuda y refuerza su esperanza? Pues en la esperanza [racional] hemos sido salvados; pero una esperanza que se ve no es esperanza, pues ¿quién espera lo que ve [lo que ya ve]? Luego si esperamos lo que no vemos [lo que todavía no percibimos], con paciencia lo anhelamos." (Romanos 8, 24 ss.) Pero paciencia no es lo mismo que estancarse en la inactividad. Sin embargo, la esperanza como virtud cristiana no es una esperanza vaga e imprecisa, sino una esperanza fundamentada y concreta, y que en El, que es el Camino y la Verdad", es absoluta e inmodificable.

NO HAY A LA VISTA UNA RECONSTRUCCIÓN DE LA IGLESIA
Cuanto más claramente se capta la realidad de la “Iglesia conciliar romana" herética y apostática y se percibe su carácter, tanto más inequívocamente se manifiesta la situación de diáspora de la Ecclesia romana apostólica, cuyas flaquezas concretas son en general y en todas partes las mismas. La vacancia de la silla apostólica, que dura ya desde 1958, no es su única flaqueza. Esto se mostró ya al comienzo de su camino hacia la dispersión, y más tarde además en la resistencia fallida, y por desgracia también mal conducida, contra males completamente inesenciales, como consecuencia del concilio, sin conocer claramente el mal fundamental y los defectos en el ámbito católico-eclesiástico, que no sólo dificultaban, sino que impedían de entrada una reconstrucción de la Iglesia. Pero hoy son ya “las doce y cinco", si la situación eclesiástica se considera regionalmente. Cuál es el aspecto que ofrece en un nivel universal es algo que nadie puede decir. Esto sólo lo sabe el SEÑOR como CABEZA de la Iglesia, y aquellos a quienes EL quiere revelar toda la situación. Nosotros, quienes vivimos en la dispersión, no lo sabemos, sino que esperamos en el Señor, mientras haya aún algo de vida en nosotros. Nosotros no tenemos revelaciones privadas, ni visiones oníricas, ni aquellas “apariciones marianas" que curiosamente resultan ridículas, ni escuchamos “voces" (ni internas ni externas) que nos profeticen lo que va a suceder en el futuro inmediato o cercano, ni que nos adoctrinen qué es lo que tenemos que pensar y hacer. [...] Pero Cristo, el Señor, tiene misericordia y ayuda a todos los débiles sin culpa. [...]
Cuando el Vaticano Segundo hubo culminado la ruptura pretendida con la Ecclesia romana apostólica, no se modificó la esencia de la Iglesia católico-romana, sino sólo su situación vital concreta y su estado eclesiástico. Cierto que muchos vieron esta modificación con gran preocupación, pero desgraciadamente sólo unos pocos la advirtieron en su verdadero significado. Aparte, los pocos que vivían ya en la dispersión igual que expulsados se vieron en la triste situación de no encontrar ninguna posibilidad para poder expresarse acerca de ello a través de publicaciones. Por todas partes se veían católicos (editores o lectores de editorial) que ya habían levantado en torno suyo muros (o muros de goma) y que lanzaban malas miradas si uno no se adhería al “santo concilio" y a sus obispos. A menudo resultaba sorprendente con qué rapidez ciertas personas del “grado superior de formación católica" habían cambiado de frente. [...]
Por aquel entonces, también algunos se volvieron a plantear viejos problemas que estaban irresueltos y que siempre habían ido siendo desplazados, como por ejemplo el problema de la unidad peculiar del clero y los seglares en la Ecclesia Jesu Christi, una unidad que en la Iglesia católica se había roto hacía ya tiempo. La mejor prueba de ello era el atroz clericalismo que ya había surgido en el siglo dieciocho y que también se oponía a la Ecclesia romana apostólica en su unidad. No pocos de los católicos que todavía eran católicos ortodoxos no alcanzaron a ver el paralelismo en cuanto al surgimiento de la “Iglesia conciliar romana" y una Iglesia católico-romana en la diáspora, pero no porque fueran excesivamente ingenuos, sino porque fueron distraídos con cosas inesenciales y insignificativas con las que se vieron constantemente confrontados. [...]
Muchas cosas tenían el único fin de ocultar la ruptura con la antigua y venerable Iglesia católico-romana y distraer de este hecho. Una de estas cosas para confundir a la masa acrítica de los creyentes de la Iglesia era la conservación de una “celebración eucarística" sacrílega con una “comunión" una cum Roncalli o Montini". Quienes tomaron parte en algo así eran y siguieron siendo incapaces de ser adoctrinados, y tampoco comprendieron lo que realmente estaba sucediendo. Pero con ello se planteó a su vez el difícil problema de a qué católicos (sobre todo con una formación superior) se podía adoctrinar todavía religiosamente o cuáles estaban todavía interesados en una ilustración conveniente, y cómo se podía localizarlos. Las conversaciones personales con amigos y conocidos no bastaban, aun cuando ocasionalmente dieran algún resultado. Pues, como pronto se vio, faltaba una idea fundamental para un apostolado misional particular y de nuevo cuño de los católicos ortodoxos en la diáspora, que sin embargo hubiera tenido que ser ejercido o al menos apoyado por (relativamente) muchos. Esto último no era imposible. Pues una idea nueva, útil y conveniente, despierta siempre el interés de muchos, y máxime cuando en torno de uno aparece un caos religioso. Este caos lo vieron todos aquellos que ya no estaban espiritualmente ciegos o completamente desinteresados en la Iglesia.

IGLESIA EN LA DIASPORA - UNA REALIDAD INNEGABLE
En los años sesenta, a la mayoría de las personas con quienes discutimos problemas eclesiológicos, el asunto de la Iglesia católico-romana en la diáspora les pareció que era una ficción. En los años setenta, el número de estos que dudaban había disminuido ya de modo considerable. Y en los años ochenta, de los que aún seguían vivos ya nadie hablaba de una ficción. Alguno incluso se ha hecho consciente de modo perceptible de haberse convertido en un católico en la diáspora incluso en la propia familia, y es aquí donde está la dificultad. Hijos e hijas, yernos y nueras, parientes y conocidos se burlan de él y, en el mejor de los casos, lo tienen por una pieza de museo viva que todavía no se ha enterado de los “signos de los tiempos". Un hombre semejante ya no sólo vive en el límite de la sociedad, sino al margen de ella, pero sin embargo sigue dentro de la Iglesia católico-romana en la diáspora. Parecería que es débil, mas en realidad es más fuerte que todos aquellos que le rodean, pues conoce el camino en el que está y del que no se aparta. Tampoco escapa para esconderse en alguna parte, sino que sigue hacia delante por un camino recto, que, aunque es muy estrecho, precisamente por eso lleva más fácilmente a la meta. [...]
La Ecclesia romana apostólica [...], a pesar de su silla apostólica viviente hacía ya tiempo que había dejado de ser tan fuerte y poderosa, como afirmaban siempre en particular los sacerdotes y teólogos clericalistas para echar arena en los ojos de los otros. Esto se mostró ya en la palmaria debilidad y en sus causas, cuando la Ecclesia romana apostólica se fue convirtiendo cada vez más en una Iglesia católico-romana en la diáspora que tuvo que recorrer otro camino en el tiempo distinto al habitual.
Pero nadie estaba preparado para ello, de modo que tampoco se pudieron tomar las precauciones necesarias. Una vez que un niño ha caído en un pozo ya sólo se lo puede sacar lastimado, suponiendo que todavía se hayan escuchado sus gritos de auxilio. Después de 1962/65 los “hijos de la Iglesia católica" cayeron masivamente en un profundo pozo. Se hubieran necesitado muchos modos de ayuda" para volverlos a sacar. Aparte, de un viñedo del Señor ya no quedaba mucho, porque los ratones y los topos se habían multiplicado rápidamente. Algunos se preguntaban de dónde podrían haber salido tan repentinamente todos estos animales. Otros que en cambio estaban mejor informados indicaron que ya estaban ahí desde hacía tiempo.
En los años sesenta (como se vio sobre todo en las llamadas zonas o países “católicos") hubo un número sorprendente de católicos que, aun cuando anteriormente habían protegido a la Santa Iglesia católica y la habían defendido, de pronto se apartaron con repulsión de la (que ellos consideraban) Iglesia ministerial católica" y ya no quisieron tener nada que ver con ella. ¿Cómo se podía entender esto? Entre aquellos que se ocuparon de analizar este movimiento había dos opiniones, pero ninguna de ellas era cierta. Unos opinaban que se trataba de una emigración interior o de una emigración espiritual hacia fuera de la Iglesia católica, lo cual desembocaría en una apostasía de ella. Pero otros, en su mayoría clérigos, hablaban sin gastar muchos cumplidos de una apostasía de la fe católica, y consideraban ya a estos católicos como infieles que ya no se veían los domingos en la iglesia. Sin embargo, de lo que en realidad se trataba en el caso de estos católicos, que en absoluto eran infieles, era sólo de una especie de actitud de defensa instintiva y de una medida irreflexiva de protección de naturaleza personal frente a los males palmarios que crecían por todas partes y que guardaban también una conexión interna con los efectos del supuesto “concilio reformista". Estos católicos, que pertenecían a un determinado nivel social y educativo, no eran ni tránsfugas ni renegados, aun cuando en ocasiones afirmaban con insistencia que querían mantenerse apartados también en el futuro de todo lo que tuviera que ver con la Iglesia. Esto no lo decían tan en serio como parecía. Pues lo que ahí se expresaba era sólo un enojo acumulado después de haber tenido que vivir y que oír cosas muy malas, incluidos denuestos hacia ellos. En el fondo, de lo que estos católicos se apartaban, sin ser conscientes de ello, era sólo del “espíritu del Concilio" y sus efectos generales sobre la Iglesia católica. ¿Pero quién instruía a estos católicos y les ayudaba a reconocer la situación de diáspora de la Iglesia católico-romana que ya se había producido? Hoy ya no se sabe dónde se quedaron estos católicos enojados ni qué fue de ellos. Sencillamente, por el camino de la Iglesia católico-romana se perdieron en la dispersión y luego ya no se los pudo encontrar, o sólo en algunos casos aislados.
Todos aquellos, ya sean tradicionalistas o progresistas, viejos conservadores o neomodernistas, que por falta de conocimiento no saben nada de la situación de diáspora de la Ecclesia romana apostólica ni de sus causas, consideraron a la Iglesia conciliar romana desde su surgimiento sólo por una Iglesia católica de nuevo cuño y con una nueva fe, aunque ésta llevaba en sí la marca de una fatídica contra-Iglesia". Estos “católicos" se movían más o menos testarudamente en círculo, como caballos de circo a los que un “domador" espiritual mantiene atados a una larga cuerda en movimiento continuo, aplaudidos por un público muy numeroso que, al fin y al cabo, ha pagado entrada (el impuesto religioso) y que también quiere ver algo especial. Pero la masa de un pueblo eclesiástico no se mueve, pues es perezosa por naturaleza. Lo que una “masa religiosa" espera de la Iglesia no es la salvación, sino pan y circo de la más diversa naturaleza, pero sobre todo ninguna carga.

 POCAS PERSPECTIVAS DE UN FUTURO ROSA
¿Qué pueden hacer las personas particulares que viven en la dispersión en vista de semejante situación, que hoy realmente no les deja ningún gran campo de acción? Con toda seguridad la Iglesia católico-romana en la diáspora sobrevivirá al siglo veinte. De eso no hay duda alguna. Pues Cristo no está contra ellos ni contra sus miembros débiles. La pregunta es y sólo puede ser: ¿De qué modo sobrevivirá y podrá sobrevivir? Pero acerca de ello reina todavía una gran oscuridad en todas las regiones que se alcanzan a ver (lo cual es más fácil en Europa que en ningún otro sitio). Yo, personalmente, y también otros, considero que, eso que se da en llamar un concilio incompleto", para determinados fines no sirve para nada, tampoco para una elección Papal", mientras no exista y se haya vuelto activa una forma particular de organización que sea adecuada a la Iglesia católico-romana en la diáspora (quizá del mejor modo primero a nivel regional y luego suprarregional). También una Ecclesia en la diáspora, es decir, en la dispersión, tiene que conservar su unidad, y concretamente bajo observancia y según los criterios de los principios de una unidad eclesiológica, que es más que una unidad social de naturaleza profana La Iglesia conciliar romana" no existe solamente en Roma -ahí solo se encuentra su cabeza, si es que no da la casualidad de que se encuentra en un viaje de peregrinación"-: más bien se ha asentado en todas las diócesis, después de haber asumido sin resistencia estos territorios. Ya sólo este hecho puede designarse como ocupación –usurpación-. Por cuanto respecta a los ocupantes mismos, no son otra cosa que ladrones y expropiadores de la propiedad ajena, lo cual, por desgracia, nadie se lo ha discutido, porque precisamente también a este respecto se es muy débil. Entre tanto, nadie se ve obligado a pagar impuestos y otras contribuciones a estos ocupadores. A la gente que hace esto, ¿se les puede llamar cristianos católicos? [...] (Aquí, las raras excepciones que fueron capaces de liberarse por sí mismas de la Iglesia conciliar romana" sólo confirman la regla. Pero, por otra parte, también eran conscientes de que en el futuro sólo tendrían para comer pan duro.)
Si los católicos ortodoxos no quieren sufrir daño en su alma, o en aquello que se llama fe viva", a través de la autocompasión, del estatismo y la inactividad o el quedarse callados, entonces primero tienen que captar con claridad dos males peligrosos en el presente, que no obstante son fundamentalmente diferentes entre sí:
1. El monstruoso coloso de la „Iglesia conciliar romana" herética y apostática, con sus miembros y partidarios,
2. La Iglesia católico-romana en la diáspora en toda su flaqueza, que existe al margen de la Iglesia conciliar, y que, por desgracia, es culpable de su propia situación en una medida no pequeña.
Pues al fin y al cabo, como todo hombre sensato sabe, contra el mal físico y el moral sólo se puede hacer algo si se ha reconocido como tal mal y si se conocen sus causas. De otro modo, cualquiera se extravía inopinadamente por caminos equivocados que no conducen a la meta. Así sucede ya desde hace muchos años sin que se haya modificado nada para mejor en la situación eclesiástica, ni en general ni en los puntos concretos. Esto es un hecho que nadie puede negar, pero a partir del cual deberían extraerse las conclusiones correctas para no sucumbir.
Además, los católicos ortodoxos en la diáspora deberían guardarse de ignorar a sus llamados enemigos “tradicionalistas", puesto que para algunos creyentes esta gente es tan peligrosa como los conciliares".
No tiene ningún sentido ni representa ningún avance el que los católicos se limiten a preocuparse sobre el futuro de la Iglesia Católica" y empiecen a hacer fogosas especulaciones si mientras tanto no ven la situación de la Iglesia católico-romana en el presente, cómo es en realidad y qué exigencias plantea a cada bautizado como un miembro de la Iglesia. Pues todos los miembros de la Iglesia, como dice San Pablo, son también miembros entre sí, y ahí donde un miembro es débil también lo son los otros que están unidos a él. Pero la Iglesia católico-romana en la diáspora está afectada como totalidad de una debilidad palmaria, que tiene sus causas. Por tanto, inténtese al menos reconocer y remediar las causas principales de esta debilidad, tal vez incluso a través de una acción común a nivel regional, caso de que esto todavía sea posible. Una situación de diáspora eclesiástica siempre tiene un comienzo temporal. ¿Pero por qué no ha de poder tener también un fin temporal?
Por eso, hemos de rogar en este sentido a Cristo, nuestro Señor y único Buen Pastor, fervientemente y sin hipocresías, por Su ayuda. Pues todos los que no están con El están contra El.